El agua helada se me clava en la piel como mil cuchillos y noto que me corta. Pero ya no hay vuelta atrás. La piedra atada a mis pies ha tocado fondo. Ya no bajaré más. Sólo queda esperar y por fin habrá acabado todo. Cierro los ojos.
No sé si pensar. Sé que una parte de mi, aunque sólo sea por instinto, quiere seguir viviendo; pero yo ya he decidido que no.
El dolor en la piel ha cesado. Me sentiría inerte si mis pulmones no ardieran. Veo las últimas burbujas de aire salir por mi nariz flotando hacia arriba y explotando una a una. Noto como mi vientre se contrae y como mi boca intenta abrirse para coger algo de aire, pero la cierro con todas las fuerzas que me quedan. Siento como mi cuerpo se acelera, todo me tiembla, oigo la sangre golpear mis oídos y mi abdomen se hincha y deshincha sin descanso. Mi cuerpo necesita respirar y lo va a hacer. Finalmente me rindo a los impulsos e inhalo. Pinchazos, cortes, arañazos; el agua congelada me destroza por dentro. Gritaría, si pudiese.
El dolor es insoportable. Y, de golpe, para. No oigo nada, no veo, sólo siento el corazón, esta vez en el pecho, a un ritmo mucho más relajado. Me siento bien, en paz. Saco la sonrisa más grande de mi vida, aunque creo que mi cara no la refleja. Cada vez el sentimiento de bienestar aumenta y y o siento que peso menos. De golpe lo noto, ya no existo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario